Desde hace un tiempo nos estamos asomando al abismo de la violencia desde un borde cada vez más estrecho que amenaza con ceder y dejarnos caer. Lecturas de periódico un lunes en la mañana en cualquier parte de Latinoamérica: Alrededor de 50 personas son asesinadas en un fin de semana, choques que se transforman en tiroteo, asaltos masivos, homicidios con mutilaciones…
Por si no es suficiente fenómenos como megabandas, carteles, narcoguerrilla, etc. nos dio un atisbo de lo que podemos llegar a ser como región, una visión retorcida de violencia y muerte si nos dejamos caer en ese abismo sin retorno.
No es de extrañar entonces que la parte de la sociedad que aún le queda sensatez grite por un alto al descarrilamiento, un NO a la violencia que se expresa en distintas iniciativas: campañas pro desarme, planes de convivencia ciudadana, rescate de espacios, entre otros. Gracias a estas acciones, en algunos sectores se ha conseguido generar una matriz de opinión que rechaza la violencia en cualquiera de sus expresiones, lo que esperamos nos aleje un poco del borde de ese precipicio. Ojalá que a partir de ese discurso podamos comenzar a construir una mejor región.
Pero como toda expresión que nace del hastío y de una postura – justificadamente – visceral, a veces llegar al extremo hace que se pierda objetividad. El No por el NO a la violencia, sin entender su contexto, puede llegar a hacernos tanto daño como el hecho de ignorarla.
“Me salvaron unas abuelitas”
Samuel venía de buscar a su hijo pequeño del colegio. Mediodía en la ciudad y el consecuente caos de tráfico y motorizados por la ciudad. Tratando de cambiarse de canal, se le atravesó a una moto que viajaba a toda velocidad y que terminó por llevarle el espejo retrovisor.
Insultos vinieron desde afuera y se respondieron desde adentro del carro. El tráfico se destrabó y Samuel pensó que era mejor dejarlo así y seguir su camino. Ya cerca de casa se estaciona en la tienda de comida de siempre y se baja con su hijo agarrado de la mano. No había terminado de llegar al mostrador cuando sintió un cascazo en la espalda que lo dejó aturdido. El motorizado lo había seguido y estaba allí para cobrarle el choque.
Samuel sorprendido se volteó y alcanzó a preguntarle “por qué me pegas”, mientras se tapaba la cabeza ante la avalancha de golpes y empujones. Se le olvidó su hijo y entró en estado de parálisis. Acurrucado y avasallado ante el despliegue de violencia, lo único que alcanzaba a gritar era “Auxilio”.
Pero sucedió un milagro, la lluvia de golpes se detuvo de pronto y cuando Samuel pudo subir la mirada vio a sus salvadores. Un par de viejitas indignadas ante el abuso se acercaron a caerle a carterazos al sujeto y en seguida el resto de los clientes comenzó a gritar. El abusador, al verse señalado, optó por irse del sitio.
Cuando escuchamos la historia Samuel daba gracias a Dios por la presencia de las abuelitas en la tienda. No se imagina qué le hubiera pasado si ellas no hubieran ido a comprar ese día.
No sabemos si a usted, pero hay algo que a nosotros nos molesta en esta historia.
Lobos, ovejas y perros ovejeros
Dave Grossman escribió hace tiempo un texto mundialmente famoso llamado “On Sheep, Wolves, and Sheepdogs” en su libro “On Combat”. La versión del texto en inglés puede leerla aquí.
Para resumir, el autor clasifica a las personas en tres tipos. El primer tipo son las ovejas, ciudadanos productivos, pacíficos y amables. Son las personas que salen a construir un país y una de las cosas que las caracteriza es su desdén por la violencia. La oveja está allí para producir, no para destruir.
El segundo tipo de personas son los lobos. Sujetos violentos cuya única misión es diezmar el rebaño. Aquí encajan los delincuentes. Por supuesto, las ovejas le tienen pánico al lobo.
El tercer tipo es el perro ovejero, el protector. Su misión es proteger al rebaño para que pueda construir un país. El perro ovejero se parece mucho al lobo, tiene su forma, fuerza y colmillos, por lo que las ovejas tienden a alejarse de él. Es incomprendido y a veces señalado por las ovejas, ya que les recuerda al lobo. Sin embargo, cada vez que el lobo ataca las ovejas corren a esconderse tras el perro ovejero.
El perro ovejero es un tipo especial de persona. Fiero como el lobo y eficaz en el uso de violencia, podría alimentarse de ovejas, pero un profundo sentido ético y de amor hacia ellas se lo impide. Es un protector, no un destructor.
Mientas que la oveja reza para no encontrase con un lobo, un perro ovejero vive para ese día, aún a sabiendas de que puede morir en el encuentro. Cuando un lobo mata la oveja piensa “menos mal que no estuve allí”. El perro, por el contrario, piensa “ojalá hubiera estado, tal vez hubiera hecho la diferencia”. Cuando llega el lobo, el perro corre en dirección contraria a las ovejas.
Por su puesto estamos hablando de personas y no de animales. Las personas pueden elegir qué ser. Además, la sociedad puede producir aberraciones como perros ovejeros convertidos en lobos, pero también puede producir ovejas convertidas en perros ovejeros… Y transformar a perros en ovejas.
Si vis pacem para bellum
Cuando los lobos diezman al rebaño es normal que las ovejas llamen a un alto para construir un mundo de paz. La desesperación por la NO Violencia se justifica: No se puede construir en entornos destructivos.
Pero no se puede pensar que los lobos (delincuentes) dejarán de existir por el simple hecho de querer convertirlos en ovejas (ciudadanos productivos). Junto a las iniciativas de pacificación hacen falta personas que asuman su rol de perro ovejero. Siempre habrá lobos.
Ser perro ovejero no significa dejarlo todo y dedicarse a aquellas profesiones que por definición le pertenecen – o deberían pertenecer – a un perro ovejero, como pueden ser escoltas, oficiales de seguridad, militares o policías.
Un perro ovejero puede estar definido por su ámbito de acción. Para nosotros, un padre o madre de familia – el Alfa de la manada – es un perro ovejero por definición.
El Alfa de la manada – el protector de la familia – puede asumir el rol de perro ovejero exclusivamente ante peligros que lo afecten a él y a su entorno inmediato. Es la persona en la casa que se encarga de prevenir riesgos y reaccionar ante la crisis protegiendo al grupo cuando no están cerca las personas legalmente designadas para actuar frente al lobo. En este país llamamos a eso el legítimo derecho a defenderse, defender a los suyos y a sus bienes.
Por eso, cuando a Samuel lo avasallaron a cascazos y el pánico hizo que olvidara a su hijo, cuando agradecía que unas abuelitas estuvieran allí para ponerse entre él y el lobo, uno se pregunta qué está pasando con algunos perros ovejeros y hasta qué punto el discurso de NO violencia, en vez de limitar la cantidad de lobos, está diezmando la población de perros ovejeros.
Perros ovejeros: raza en extinción
Sería ridículo decir que la culpa la tiene el discurso de NO violencia. Pero sí creemos que esa postura, necesaria en el país, está sirviendo de excusa para que muchos obvien un deber fundamental como es el de proteger y prepararse para la violencia.
Cuando se trata de combatir una enfermedad hacen falta tanto las vacunas como las medicinas que la curen. Se trata de ver el discurso de NO violencia desde una óptica más amplia: hace falta la paz, pero también personas en capacidad de defenderla.
Los perros ovejeros, los protectores en sus distintos ámbitos de acción, son necesarios. Pero el discurso de NO violencia generalizado comienza a meter en un mismo saco a lobos y perros por igual. Pareciera que todo lo que implique uso de violencia, aunque sea legítima y necesaria, es automáticamente señalado por las ovejas como tabú.
Grossman dice que una de las características de las ovejas es negar el peligro. Creo que hoy día es muy raro un ciudadano común que niegue la realidad delictiva en la que vive. Pero lo que sí vemos es a personas reacias a entender que es necesario aclimatarse y prepararse para lidiar en un entorno violento.
No todas las personas tienen madera de perro ovejero, ni tienen por qué tenerla. Pero sí creemos que toda persona que viva realidades como la nuestra tiene que tener al menos preparación básica en cómo prevenir, anticipar y sobrevivir a hechos violentos. Pero mientras veamos la violencia como tabú, será realmente difícil que aprendamos sobre ella.
El problema es que no siempre se elige ser un perro ovejero. A veces son las circunstancias las que imponen el rol. La interrogante es si cuando el lobo ataque el rebaño, la persona estará a la altura de la responsabilidad, o la desidia y el tabú habrán convertido al protector en una oveja más.
El compromiso de los que quedan
Si decidiste ser un perro ovejero en cualquiera de sus ámbitos, tienes más compromiso en lograr una sociedad pacífica que las ovejas. Es entender que hay lobos más violentos y que hay que prepararse en consecuencia.
A diferencia de una oveja, el perro ovejero no tiene dudas sobre la violencia o los riesgos a los que se expone porque lo guía una manera de pensar muy puntual.
Cuando se es un protector no se dice “ojala ese día no llegue”, se entrena para cuando ese día llegue.
No se dice “tengo flojera”, se piensa: “mi flojera hoy es mi debilidad mañana”.
Cuando se es un protector y se encara al lobo no se piensa en lo que el lobo te va a hacer a ti, sino en cómo tú le vas hacer frente a él.
¿Cómo saber si eres un protector?
- Porque cuando llega el peligro tu familia estará a tu espalda y tú estarás frente al lobo. Y te habrás preparado.
- Porque eres mental, física y técnicamente capaz de ejercer violencia, conoces cómo responder adecuada y proporcionalmente a ella y aún así incapaz de aplicarla contra inocentes.
- Porque sabes el camino rápido y llano no existe para ti y no tienes problemas con eso.
- Porque otros dependen de ti y sientes la necesidad de protegerlos