Las armas del sexo (supuestamente) débil

Marta caminaba con su bolso al hombro, un día normal entre muchos otros a no ser por el depredador que comenzó a seguirla. La cosa empezó con piropos y rápidamente escaló hasta llegar a intentos de contacto físico en los que el sujeto le decía que no fuera tan arisca.

A Marta se le dispararon todas las alarmas, rápidamente abrió la distancia y le gritó fuerte al desconocido que se alejara. Esperaba que su grito lo apabullara, o al menos llamara la atención de la gente alrededor.

El grito de leona sonó duro, pero al depredador no lo impresionó y siguió el avance, esta vez tratando de gritar más duro que ella. Era la táctica tristemente célebre en la que el sujeto grita e insulta tratando de hacer creer a los espectadores que se trata de una pelea entre marido y mujer, de esas en las que es mejor no meterse.

No se sabe si fue el miedo o la indignación de oír cómo el sujeto la insultaba, confiado en que nadie se metería y envalentonado por su superioridad física, pero a Marta le salió del alma uno de esos golpes que arrancan cabezas de un tajo. Fue tal el manotazo que al agresor las rodillas se le volvieron gelatina.

El golpe no lo dejó KO, de hecho no era la intención, pero le dio tiempo a Marta de echar a correr y salir del lugar a salvo.

El monitor de escenario dio por finalizado el ejercicio. Marta se recobraba del susto mientras que yo, todavía aturdido, me quitaba la careta que me protegía el rosto en mi rol de agresor. Era la segunda vez en mi vida que me hacían escupir un pedazo de diente de un tanganazo en un curso de Protección Personal para Mujeres.

Y todavía hay ingenuos que piensan en las mujeres como el sexo débil…

La debilidad del sexo (supuestamente) débil

Puede decirse que tanto atracos como secuestros exprés, las dos modalidades más recurrentes del hampa común, son delitos “unisex”. Las mismas medidas preventivas y reactivas que funcionan para hombres son útiles para las mujeres.

No obstante, hay una serie de delitos en los que el género comienza a ser determinante y sobre los cuales sus víctimas potenciales, las mujeres, saben poco. Hablamos de agresiones sexuales, acoso, violencia en relaciones de pareja e incluso cruzarse en el camino de psicópatas sexuales.

Pídale a cualquier mujer que le de recomendaciones de cómo prevenir un atraco y le hará una lista. Pero haga que identifique los principales rasgos de un acosador violento, o las principales estrategias de un sicópata sexual y la manera de desbaratarlas. A menos que ya lo haya vivido, generalmente se encontrará con un silencio.

Es el desconocimiento de estos temas, recurrentes y mucho más traumáticos que un robo, lo que vuelve a algunas mujeres víctimas fáciles.

La culpa no la tiene la mujer, sino siglos de condicionamiento machista que terminaron por hacerle creer la idea retardataria de que si es víctima de una de estas agresiones, se debe a algo que ella provocó. Ni provocado ni merecido, la mayoría cae por desconocimiento. Aquí el factor moral juega un rol determinante, dado que los delitos de género llevan una carga sexual en términos de agresión, la mayoría confunde el sexo con erotismo.

Pero la carga sexual en la agresión no cumple ningún factor erótico, es puro y simple ejercicio de poder, humillación y dominación. Piense un momento en cuál es la peor forma de someter y humillar a una persona y la agresión sexual estará entre las primeras de la lista.

Así pues, el tema se volvió tabú. Piense en cuántas familias hablan con sus hijas de 13 años sobre estas cosas. Irónicamente, la probabilidad de que una mujer caiga en mano de uno de estos sujetos comienza a ser latente cuando se inicia la adolescencia.

De hecho, muchos padres crean víctimas sin saberlo gracias a la mojigatería. Así, el tabú se volvió silencio, el silencio se volvió desconocimiento, el desconocimiento se transformó en ignorancia y la ignorancia convierte a la gente en víctima.

Algunos datos tabú

  • No existe edad para una agresión sexual. Aunque estadísticamente el pico de victimización es entre 13 y 18 años, no es un asunto de “muchachos”.
  • Las agresiones no son exclusivas de estratos socioeconómicamente pobres. Violaciones, acosos y violencia se dan por igual en círculos de gente económicamente sana y profesional. Sólo se conocen menos porque no se denuncian.
  • ¾ de los agresores son conocidos de la víctima, muchos de ellos gozan de cierta confianza y la agresión se da en el marco de una relación previa. El otro ¼ proviene de desconocidos, depredadores a la caza o sujetos que se aprovechan como escalada de otro delito que cometen (secuestro e invasión al hogar son los más comunes).

La mezcla de tabú, ignorancia y negación – pensar que eso le pasa al otro – es la primera debilidad del sexo (supuestamente) débil. Para muestra un botón, con mucha frecuencia dictamos charlas a empresas sobre temas como; prevención de atracos, secuestro exprés, seguridad en el hogar y agresiones sexuales, entre otros. Adivine cuál es el menos solicitado…

La segunda debilidad del sexo (supuestamente) débil, es creer precisamente que es débil.

La fortaleza del sexo (supuestamente) débil

Vivimos en una sociedad de machos, pero irónicamente matriarcal hasta límites extremos. Aún así, en términos combativos es extraño evaluar a hombres y mujeres como pares. Marcadas por su inferioridad de fuerza física, fácilmente se confunde la falta de músculo con falta de determinación. Nada más alejado de la realidad.

Uno de los cursos más violentos que tenemos es precisamente el de mujeres, no por lo que enseñamos sino por los niveles de agresividad y contundencia con los que una mujer enfurecida responde. Y es este nivel de actitud lo que le permite sobrevivir, ya que si existe un escenario de violencia extrema es el que involucra la agresión a una mujer y a veces hay que responde fuego con fuego.

Este nivel de determinación no se logra de entrada. De hecho, al principio la mayoría son bastante tímidas. Pero siempre impresiona ver cuando se rompe el tabú de “las niñas no pegan” y comienza a verse la determinación femenina que no se apabulla ante un hombre más grande y fuerte, aunque implique aplicar y padecer violencia extrema.

  Como decimos en los cursos:

“Una persona capaz de llevar 9 meses de embarazo, soportar más de 8 horas de labor de parto estoicamente, que luego divide su vida en estudios, trabajo y hogar, que rehace la vida luego de un divorcio y lleva a sus hijos a adultos, difícilmente es débil”.

Así pues, la fortaleza de una mujer en términos de seguridad es su determinación y confianza. Eso que se logra cuando se deshace del dogma de que es (supuestamente) débil.

Creer en la eficacia de los recursos propios es una condición imprescindible para sobrevivir a un escenario de violencia extrema. Tanto para detectar la agresión a tiempo como para superar la postcrisis en caso de que llegue a darse. Son precisamente estos recursos propios las armas del sexo (supuestamente) débil.

Las armas del sexo (supuestamente) débil

La naturaleza dotó a todos los seres vivos con ciertas capacidades para sobrevivir y nosotros no somos la excepción. Sume a las propias de la condición física aquellas que se adquieren con la experiencia y tendrá a una persona en perfecta condición para prevenir y lidiar con estos problemas.

Algunas de estas armas son las siguientes:

Sentido común

Eran las 2:00 am de un sábado cuando el grito de auxilio de Ana despertó a la urbanización entera, a esa hora solitaria y durmiente. Al asomarnos nos conseguimos con una niña de 18 años trepando el muro de una casa, tratando de huir de 3 sujetos en un taxi.

Los valientes agresores, al ver las luces de las casas vecinas encendiéndose y el siempre confiable argumento del arma de fuego con la que se los amenazamos, descubrieron que la privacidad se había perdido, así que huyeron. Ana se había salvado por los pelos de una violación en grupo dentro de un taxi.

La joven había conocido a tres sujetos en una fiesta y había accedido a que la llevaran a su casa. Obviamente el plan del grupo era otro…

Para que una agresión se manifieste hay dos requisitos que deben cumplirse; el agresor debe tener a su víctima en control y debe operar en un sitio que le garantice privacidad, o que por lo menos nadie se meta.

Mantener en control a una posible víctima significa hacer que la persona ceda, obedezca o no se resista a las peticiones o deseos del agresor (ir a un sitio o hacer algo). Piense un momento en la mujer que accede a ir a un sitio “más privado” con una persona que acaba de conocer en una discoteca; una pareja que somete a golpes aprovechándose de la intimidad de la casa; alguien que introduce drogas o alcohol para doblegar la voluntad o un profesor que solicita “un favor” a cambio de mejorar las notas.

Privacidad y control implican que la víctima debe ser llevada (por propia voluntad o a la fuerza) a esas circunstancias de desventaja. Así pues, la mejor manera de desbaratar el intento de agresión es evitar ceder esas dos variables a personas que no nos gustan.

Piense un momento ¿Cuántas veces al día se expone a momentos y lugares donde ambas variables están presentes? (estacionamientos, ascensores, escaleras o calles solitarias, por ejemplo) Cuando estas variables aparecen ¿las personas con usted son de confianza? (vecinos, compañeros de trabajo o estudio, extraños) Cuando es llevada a sitios que garanticen esa privacidad ¿lo hace por voluntad propia o ha cedido sin darse cuenta?

  Estacionamientos, terrenos baldíos, construcciones abandonadas… ¿Qué tan comunes son estos sitios en su rutina diaria? 

La primera arma es el sentido común, que le dice cuándo y con quién puede ceder control y permitir privacidad.

Intuición

La segunda arma es la intuición, esa que le dice que algo va mal. Venimos dotados con un refinado sistema de detección de peligros capaz de analizar una enorme cantidad de datos y dar alarmas en fracciones de segundos. El problema es que la mayoría de los usuarios tienen el sistema pero no leyeron el manual…

Hay una serie de pautas de conducta que le dicen que una persona viene con doble intención, muchas de ellas se analizan en nuestros cursos pero se pueden resumir en tres características muy particulares:

  • Trata de llevarla a sitios que garanticen privacidad o se aprovecha de ellos
  • Conducta fuera de contexto, manipuladora, agresiva o inapropiada para el nivel de confianza que le ha dado
  • Sordo a la palabra NO

Siempre le decimos lo mismo a las personas que asesoramos: los problemas de seguridad son como una bola de nieve, comienzan pequeños pero si no se detienen a tiempo se vuelven una masa arrolladora e imparable. Cuando estas pautas de conducta se dan, probablemente ya su cerebro le haya dado la señal de alarma y exista una orden clara rondando su cabeza: ¡Aléjese de él! Lo difícil no es recibir la alarma, sino hacerle caso…

Negar el peligro es una de las cosas más absurdas que hacemos las personas, ya que la negación nos mata tres veces:

  • La primera vez, cuando nos hace ciegos al peligro.
  • La segunda vez, cuando nos bloquea. Ese momento en que pasamos de pensar “No va a pasar” a “¡No puede estarme pasando!”, que nos impide responder.
  • La tercera vez, cuando nos destruye la autoconfianza, porque debemos vivir con la idea de que sabíamos que iba a pasar, pero no fuimos capaces de hacer algo al respecto.

Voluntad de sobrevivir

Ana, la joven de nuestra historia, no pesa más de 52 Kg y logró zafarse de hombres de entre 80 kg y 100 kg. ¿Fue alguna técnica especial de defensa personal que la salvó? En absoluto, fue su voluntad de sobrevivir que la hizo mantenerse enfocada.

Cuando la auxiliamos nos contó qué hizo: Al darse cuenta de las intenciones del grupo ya era tarde, habían entrado a una urbanización solitaria y los sujetos se detuvieron a un lado de la vía obligándola a bajarse.

No hicieron falta muchas explicaciones, simplemente el líder comenzó bajarse los pantalones mientras los demás reían. La cara de pánico de la muchacha les dijo que no se resistiría, así que los cómplices no pusieron mucho de su parte para cerrarle el paso.

Ana estaba petrificada, pero el envión de adrenalina puso en marcha otro plan y el miedo, ese aliado poderoso, ya había decidido que sobreviviría al encuentro. Ana comenzó a colaborar, pero cuando el líder con los pantalones abajo se aproximó, nuestra muchacha le metió un empujón que lo estrelló en el piso. Al mismo tiempo comenzó a gritar – fueron esos gritos los que despertaron a todo el mundo – mientras corría a treparse por el muro de la primera casa que consiguió en su carrera, ante el desconcierto de los otros dos cómplices que optaron por huir jalando a su jefe.

Sin saberlo, Ana había cumplido con uno de los esquemas tácticos que enseñamos aquí para atacar preventivamente:

  • Aparentar sumisión
  • Armar un plan de ataque
  • Elegir el momento
  • Atacar con fuerza
  • Correr a un sitio seguro previamente seleccionado y llamar la atención

La determinación de esta niña de 18 años no vino de un entrenamiento especial o fuerza sobrehumana. Fue la orden que todo su sistema le dio: “¡Sobrevive!”. Años de evolución que confluyeron en segundos de pánico y que le permitieron mantenerse enfocada.

La voluntad de imponerse y superar la adversidad es una condición bien reconocida en medios combativos. Basta acercarse a entornos policiales o de fuerzas especiales y esta determinación siempre será una característica personal alabada por todos.

Otras armas que ayudan

Las agresiones a mujeres tienen un fuerte componente físico que las distingue de otros delitos. Debido a este componente es muy probable un forcejeo.

A pesar de que existen recursos hay que mantener cierta objetividad: la fuerza y el peso influyen en una confrontación física en la calle. Puede tratar de compensar con técnica lo que la naturaleza le negó en tamaño y fuerza, pero apenas aparezca otra variable de desventaja – superioridad numérica o armas, por citar algunas – descubrirá que para eso el Hombre inventó las armas.

El primer arsenal es evidente: intuición y sentido común para no caer en la situación. Pero si le ocurre – la mala suerte existe – tener ayuda adicional no está de más.

¿Portar armas? La idea suena extraña y hasta descabellada para una mujer. Lo descabellado es que menos del 2% lleve algo para su defensa personal. Si lo hace el hombre ¿Qué hace distinta a una mujer, que al fin y al cabo se expone tanto como el en la calle?

Aunque no lo crea, muchas veces nos conseguimos que la negativa de muchas mujeres de portar armas obedece a cierta dosis de machismo – “las armas son para los hombres” -. Pensar así sólo ayuda al agresor.

Llevar armas de cualquier clase es una decisión estrictamente personal y no se trata de que lleve encima una escopeta, pero es necesario asimilar la idea de que hay circunstancias donde la violencia es necesaria y moralmente permitida. Y cuando esas circunstancias se dan, gana el que tenga la mejor capacidad de hacer daño.

Tanto a hombres como mujeres le recomendamos un equipo básico que deben saber manejar y tener en perfecto estado:

  • Teléfono celular con pilas y saldo a la mano, no en lo profundo de la cartera donde no se consigue mientras corre
  • Botiquín de 1ros auxilios en el carro, concretamente un trauma kit, o una versión compacta en la cartera
  • Espray irritante en un sitio accesible
  • Navaja de bolsillo
  • Arma de fuego (opcional)

Puede que no crea que estas cosas sucedan. Pero como dijo Keanu Reeves en la película Constantine: “No importa que no creas en el Diablo, porque el Diablo si cree en ti…”.

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