¿Soy una víctima en potencia?

El miércoles por la mañana Lidia tuvo que ir al banco. Todo normal hasta que comenzó a sentir que algo no estaba bien mientras caminaba hacia su carro. Segundos después era abordada por tres sujetos armados que le hicieron vivir la experiencia de un secuestro exprés. “No podía creer que me estaba pasando”, contaba Lidia al resto de los asistentes que tiempo después iniciaban su primera sesión en nuestro programa de charlas.

-Es probable que sea usted una víctima en potencia – le explicamos-.

Por costumbre, pedimos a los participantes que nos digan sus expectativas y relaten alguna experiencia que los haya motivado a hacer el entrenamiento. El caso de Lidia sirvió para definir muy bien lo que es la mentalidad de víctima.

¿Cómo evitar ser una víctima en potencia?

A nadie le gusta convertirse en víctima de la delincuencia, pero el problema no está en las intenciones sino en deshacerse del viejo concepto de víctima que nos enseñaron desde el colegio y que es, en muchas ocasiones, el responsable de convertirnos en una. Vamos por
partes.

Según el diccionario, víctima es una persona que sufre daños por causas ajenas a su voluntad y sin su consentimiento. Desde el punto de vista legal se trata de un estatus adquirido que sirve para definir su participación durante el hecho delictivo y lo diferencia de su contraparte, el victimario.

En ambas definiciones subyace un concepto interesante: víctima es un estatus adquirido, una especie de membrete que nos coloca el agresor al momento de hacernos daño físico y/o psicológico. En pocas palabras, hasta que no nos ponen la pistola en el pecho no somos
víctimas.

Esto puede ser muy útil para su abogado o para el policía que le tome la declaración, pero realmente no sirve de nada para evitar convertirse en una. Si ser víctima es algo que depende exclusivamente del agresor, entonces convertirse en una depende de factores ajenos a nuestro control.

Dado que estos factores son comunes a todos, lo más lógico sería pensar que gracias al zar todos tenemos la misma probabilidad de convertirnos en una. Haga una pequeña encuesta entre sus conocidos y pregunte cuántas veces los han asaltado en los últimos tres años. Habrá algunos que nunca los han asaltado y otros que parecen tener un imán para los delincuentes. Entonces obviamente no puede ser un asunto de azar.

En nuestros cursos presentamos un concepto de víctima distinto al tradicional, mucho más estratégico que le permite comenzar a hacer algo al respecto:

Víctima es un estado – no un estatus – al que se llega por la suma de tres variables:

  • Persona adecuada para ser victimizada
  • En el lugar adecuado para que la agredan
  • En el momento adecuado para que el agresor pueda actuar con el menor riesgo posible

Estas tres variables tienen a su vez una serie de subvariables que permiten identificar cuándo somos la persona adecuada, qué hace a un entorno apto y qué determina el momento indicado para ser agredidos.

El total de ellas constituyen las predisposiciones victimógenas, un concepto extraído de la Victimología que indica aquellos aspectos que hacen a una persona en mayor o menor medida atractiva a los ojos del delincuente.

El caso de Lidia que relatamos al principio sirve para ejemplificar:

Víctima adecuada: la víctima preferida de los secuestros exprés son mujeres solas o con niños. Una mujer saliendo de un banco ofrece dos aspectos sumamente atractivos: tiene dinero y baja capacidad defensiva.

Entorno adecuado: el estacionamiento en las cercanías del banco era un sótano, lugar por lo general aislado y con pocas rutas de acceso, es decir, poca probabilidad de escape, ayuda y facilidad para emboscar.

Momento adecuado: debido a la hora había poco tráfico. Según las estadísticas, es por la mañana cuando tienen lugar la mayoría de los secuestros exprés.

Algunas predisposiciones son permanentes y difíciles de cambiar ya que son intrínsecas a nuestra persona o tipo de vida, hay otras que son temporales y por ende modificables. Bajo este concepto, todos tenemos una serie de predisposiciones “latentes”, que se activan en determinados circunstancias.

El conocimiento y manejo de estas predisposiciones reducen el factor de riesgo a la hora de salir a la calle. Luego de algunos ejercicios sobre papel que no llevan más de 20 minutos en contestar, el participante de nuestros cursos es capaz de identificar sus propias predisposiciones y hacer algo al respecto.

El resultado es un cambio de conceptos al que esperamos que usted también haya llegado:

Víctima no es un membrete, sino una cachucha que llevamos puesta y que se hace más visible a nuestro agresor en determinadas situaciones… Y el grado de visibilidad de esa cachucha es algo que está bajo nuestro control.

Si me parezco a una, probablemente sea una


No podemos explicar todo el proceso de cómo determinar el factor de riesgo personal. Pero si ha comprendido el concepto de que ser víctima más que un asunto de azar tiene que ver con la suma de una serie de predisposiciones, seguramente sabe que puede hacer muchas cosas al respecto.

Una de las cosas más sencillas es comenzar por intervenir una de las variables que más evaluará su agresor al salir a la calle: la apariencia.

La apariencia es mucho más que la idea simplona de decir que si usted sale a la calle con un reloj de oro lo más probable es que lo asalten. Por apariencia se entiende:

  • La manera como ofrezco un buen botín, tanto material como personal para el delincuente.
  • La forma en que expreso mi capacidad para anticipar y frustrar cualquier intento de agredirme evitando que me tomen por sorpresa.
  • La forma en que expreso mi capacidad para defenderme en caso de ser necesario. La forma en que expreso el grado de autoconfianza para hacer uso de todos los recursos que poseo para defenderme.

Son precisamente estos cuatro factores de la apariencia lo que determinan si usted es elegible entre la inmensa cantidad de gente que sale a la calle.

No sin razón se dice que una persona contribuye a su victimización de tres formas: incitando al criminal actuar, facilitándole la tarea o haciendo que la elijan. Coloque a una persona con estos factores de apariencia dentro de un entorno peligroso y las consecuencias serán obvias.

El hábito hace a la víctima en potencia

A despecho de lo que dicen muchos, la apariencia de “no víctima” no es algo que puede ser fingido por más que saque el pecho y ponga cara de pocos amigos.

Al final de cuentas, la apariencia no es más que la proyección de lo que somos. Si no existe el hábito de mantener conciencia del entorno, el compromiso personal a hacerse responsable por la propia seguridad siendo conscientes de nuestras predisposiciones, si no confiamos en nosotros para manejar situaciones de riesgo ni tampoco desarrollamos destrezas de supervivencia, difícilmente podamos romper con el hábito de pensar y actuar como víctimas.

Acabar con la mentalidad de víctima pasa por romper con seis formas de pensar características de este tipo de personas:

La negación: Hoy día muy pocas personas se consideran a salvo de la delincuencia. Pero pensar que “eso no me va a pasar justo hoy” es una trampa en la que caemos y gracias a la cual dejamos de tomar precauciones frente a señales de peligro que son obvias. Si cuando está en la calle hay algo que le preocupa – las famosas “corazonadas” – lo más probable es que sea cierto. Negarlo es llegar de un jalón a decir luego “esto no me puede estar pasando”.

La apatía: Al igual que aprender a nadar, manejar o saber algo básico de primeros auxilios, tener y mantener un mínimo de destrezas en seguridad no le hace daño a nadie. Para aquellas personas cuyo trabajo implica un factor de riesgo alto (policías, vigilantes, choferes, personal de calle, altos ejecutivos), la apatía hacia el entrenamiento es una invitación al desastre.

La sobrevaloración: algunos lo llaman exceso de confianza táctica y no es más que pensar que somos una especie de seres superdotados cuyo entrenamiento nos hace inmunes a las balas.

El temor a ser juzgado: la preocupación por mostrarse “paranoico” o “miedoso” tanto a los demás como a sí mismo. Una cosa es ser un obsesivo con manía persecutoria y otra muy distinta es sentir – y expresar – desconfianza cuando es necesario. El temor al juicio (o al autojuicio) es precisamente lo que nos lleva a la imprudencia.

La autodescalificación: contrario a la sobrevaloración, es considerarnos seres absolutamente indefensos e incapaces de lidiar con la violencia. Esta forma de pensar por lo general está vinculada a personas con un alto valor de la vida, gracias al cual la idea de hacer daño a otros o recibirlo durante un enfrentamiento es rechazada de plano. Pero hasta el animal más pequeño se convierte en una fiera si tiene que hacerlo.

La resignación: asumir que no está en nuestras manos protegerse de la delincuencia, quejarse de la falta de seguridad y de la ineficacia de la policía sin hacer nada al respecto por nosotros mismos, creer que es un asunto de azar (“cuando te toca te toca”) o decisión de un Poder Divino si hoy nos toca o no, es asumir que somos víctimas a la espera de que algo suceda para confirmar que definitivamente no hay nada que podamos hacer.

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