La cara era de total consternación, una a una iban pasando las láminas de Power Point que hablaban sobre estadísticas delictivas, factor de victimización, horarios y zonas rojas, además de relatos y videos espeluznantes de gente que apenas había sobrevivido a la experiencia de encontrarse a un delincuente o sujeto violento en la calle. Aún así, ser paranoico en la calle no sirve de nada.
Sobre su regazo reposaba el periódico con el titular del día “Venezuela gana medalla de plata en violencia”, todavía estaba fresco el comentario del locutor de radio sobre cómo están atracando camino al aeropuerto de Maiquetía, al igual que el susto de la mañana cuando un motorizado casi le lleva el espejo retrovisor y además lo amenazó.
Y por si fuera poco, hace una semana escuchó un fuerte intercambio de disparos entre un vecino y unos delincuentes que trataron de entrar a su casa. La batalla campal rompió la tranquilidad que se respira a las 2:00 am cuando toda la urbanización duerme.
“Vivo paranoico”, fue lo que le dijo en voz baja a alguien sentado a su lado mientras escuchaba la charla “La Mirada del Depredador”, que usualmente dictamos en empresas. Vivir paranoicos es precisamente una de las cosas que nos expone.
Deseche de su vocabulario la palabra paranoico
La paranoia es una enfermedad mental que se define como una manía persecutoria frente a peligros inexistentes. El paranoico ve peligros en todos lados, intenciones ocultas y personas con intención de hacerle daño en todo momento.
Esta una enfermedad terrible ya que la persona se siente vulnerable en todo momento y vive con la convicción de que por más que lo intente, tarde o temprano le va a pasar algo malo. Sólo la terapia y la medicación resuelven este problema.
Durante las charlas, con frecuencia pedimos al público que levanten las manos aquellas personas que se sienten paranoicas, algo que por supuesto todo el mundo hace. A continuación les preguntamos qué consejos sobre seguridad le darían a una persona extranjera que debe estar en el país por una temporada.
La lista de consejos termina siendo enorme, todos tienen algo que aportar. Luego de enumerar los consejos preguntamos: “Pero si saben tanto de seguridad ¿por qué la paranoia?”.
Silencio total…
Muchas personas utilizan el concepto en sentido figurado para referirse a su preocupación por el peligro en la calle. Pero aún así, autodefinirse como “paranoico” es condenarse a tres peligros latentes que incrementarán su probabilidad de ser víctima y es de hecho la primera causa que hace que gente inteligente caiga en estas situaciones.
Primer Peligro: el paranoico se condena a si mismo
Asumirse paranoico significa que ve peligros que no puede evitar y que sobrepasan su capacidad para lidiar con ellos. Esta forma de pensar entrega todo el poder al delincuente ya que se resigna.
El catalogarse como paranoico a veces es una vocecita que se lo susurra cada tanto, en otros casos es un grito de alarma.
Sea que se autodefina de forma abierta y sin tapujos o de forma sutil como un comentario más, pensarlo y decirlo en voz alta lo sentencia porque cae en lo que llamamos el Ciclo de Víctima, una persona que actúa inconscientemente para reafirmar su creencia.
Segundo peligro: el paranoico no entiende el problema y por ende tampoco la solución
El paranoico mitifica los peligros, los encuentra enormes, perturbadores y absolutamente fuera de su control. El delincuente termina siendo una especie de ser sobrehumano con más inteligencia, habilidad y capacidad que su víctima.
Siempre recuerdo a un gerente de seguridad de una empresa que dijo a sus empleados antes de que iniciara la charla: “estos sujetos (los delincuentes) son en extremo peligrosos, estudian con los más veteranos para ser mejores, entrenan sus técnicas de combate y tiro y conocen mejor la calle que cualquiera de ustedes. Por eso deben escuchar atentamente los consejos que les va a dar Ernesto”.
Entre lo que dijo y la cara de horror de los asistentes me sentí como si fuera a explicarle a Lex Luthor cómo ganarle a Superman sin usar Kriptonita.
Si alguna vez ha hablado con delincuentes – nosotros lo hicimos con alrededor de 100 durante el diseño de los cursos que hoy impartimos-, o tal vez los haya visto mientras los entrevistan en programas de TV, se fijará que una de las cosas que salta a la vista es que no son ni más inteligentes, capaces ni preparados que usted.
Aprender sobre lo empírico, con un modus operandi ligeramente planificado, no es precisamente lo que se llama entrenamiento táctico, dispararle ocasionalmente a unas latas en el cerro no es exactamente prepararse en tiro defensivo y caerse a golpes en la esquina no es lo que llamaríamos formarse en tácticas defensivas. Con frecuencia recibimos a personas normales cuyo entrenamiento y nivel promedio superan con creces al más avezado delincuente.
Hay tres grandes diferencias que le dan la ventaja al delincuente sobre la mayoría de las
personas:
Aclimatación a la violencia: La violencia es un hecho cercano, común y cotidiano al delincuente. No lo apabulla sino que lo emociona. El delincuente promedio no sabe disparar, pero le encanta caerse a tiros. Del lado contrario, el ciudadano común tiene poca interacción con hechos violentos, por lo que su experiencia y preparación mental para manejarla son limitadas. Son dos idiomas y dos experiencias de vida totalmente distintas.
Disposición a usarla: nuestra educación nos hace ver la violencia como algo prohibido y por ende ajeno a nuestra forma de ser. El delincuente encuentra en ella una forma de obtener lo que quiere y reafirmarse. El estar dispuesto a armarse, buscar víctimas, amenazarlas y agredirlas, lo transforman en alguien mucho más eficaz que una persona normal promedio.
Capacidad para aprovechar las vulnerabilidades de su víctima: Aquí radica la esencia del asunto. Ningún delincuente elige a una persona si no le ofrece tres promesas básicas: un buen botín, vulnerabilidad (facilidad para emboscar/ dificultad de huir de la víctima) y posibilidad de mantener las cosas bajo control (poca probabilidad de que la persona frustre el intento con recursos propios o ayuda de terceros), que es lo que nosotros llamamos el Triángulo de Víctima.
Si entiende qué es lo que necesita el delincuente y qué de eso usted se lo está ofreciendo, es mucho más fácil darle dimensiones reales al problema y empezar a trabajar en soluciones.
Uno de los momentos cumbre de nuestro entrenamiento en Conciencia Situacional es cuando se les explica en detalle a los participantes el concepto del Triángulo de Víctima y el método para detectar personas y situaciones sospechosas. Luego de la explicación, se les pide que salgan a la calle a observar a la gente.
Llegan del ejercicio sorprendidos por la forma en que la mayoría ofrece lo que el delincuente necesita, bien sea por imprudencia o ingenuidad. “Ver la calle desde la óptica del delincuente cambia las cosas”, dijo una vez uno de los asistentes.
Tercer peligro: el juego del paranoico
El estigma de paranoico es algo que a nadie le gusta llevar consigo y tratar de quitárselo sin comprenderlo es altamente peligroso. Muchas veces se confunde el hecho de estar sensatamente preocupado con el temor a aparecer temerosos y desconfiados sin razón.
Cuando no se tiene clara la diferencia entre ser previsivo y ser paranoico, se cae en situaciones peligrosas por tres caminos absurdos:
La negación de lo obvio: supongamos que va a buscar a una amiga en su carro. Llega al sitio de reunión y recibe una llamada de la persona diciéndole que llega en dos minutos.
Apaga el vehículo y espera adentro cuando una voz interior le dice “no te quedes adentro, te pueden atracar”. En seguida soltamos la frase: “estoy paranoico” y desechamos la advertencia, ofreciendo al delincuente lo que necesita.
Cambiemos la situación. Imagine ahora que se estaciona y debe moverse unos metros a pie. Una vez estacionado aparece un parquero con mal aspecto que le dice que le cuida el carro. A usted no le gusta el sujeto y piensa que debería mover el vehículo, pero una vocecita le dice que son tonterías suyas. Así que lo deja. Otra vez le ofreció al delincuente lo que necesita.
La negación de lo obvio es lo que mucha gente hace cuando ignora la mirada incómoda de un extraño, o el comportamiento de un grupo de desconocidos que súbitamente deciden cruzar la calle y caminar detrás de la víctima. Pensar “no pasa nada” es invocar luego la frase “esto no puede estarme pasando”.
Si hay señales obvias o probabilidades sensatas de peligro, reaccionar a sus señales no es de paranoicos, sino de gente inteligente. Siempre decimos en nuestras charlas la siguiente frase:
El ser humano es el único animal que niega el peligro. Jamás han visto a una cebra que cuando le huele a león se quede en el sitio diciendo “no hay león, no hay león”
Primero corre y después confirma. Nosotros hacemos lo contrario… Desgraciadamente muy pocas veces conseguimos el tiempo para correr.
El temor al (auto) juicio: Volvamos al ejemplo anterior. Supongamos que se estaciona y efectivamente se baja a esperar a su amiga unos metros más allá mientras vigila el carro.
Cuando su amiga llega le pregunta por qué está fuera del vehículo, a lo que usted contesta: “porque me pueden atracar”. La persona se ríe desdeñosamente y dice: “tu si eres paranoico”. El juicio duele, así que la próxima vez esperará dentro del vehículo para demostrarle que no es miedoso. Otra vez le ofreció al delincuente lo que necesita.
El temor al juicio – propio y de terceros – es uno de los recursos más valiosos de estafadores y agresores sexuales, quienes juegan con la voluntad de su víctima por demostrar que no son desconfiadas ni paranoicas.
Hemos conocido a gente que ha hecho las cosas más absurdas por ese temor: meter a un extraño en su vehículo y llevarlo hasta un sótano abandonado, caminar directamente hacia un grupo de sujetos con mal aspecto que esperan en una esquina, meterse en un ascensor con una persona que no inspira confianza o dejar que un grupo de motorizados con mala pinta se le coloquen en la ventana del piloto mientras maneja.
Todos los resultados fueron peores que lo que hubiera implicado expresar desconfianza y hacer algo al respecto.
La invitación al desastre: Invitar al desastre viene por dos caminos, la autodescalificación o la sobrevaloración.
La primera sucede cuando la persona se cataloga a sí misma como incapaz de manejar su seguridad con frases lapidarias como: “soy mujer y ando sola”, “vivo espalomado por la calle”, “yo nuca sabría como reaccionar en situaciones así”…
Una cosa es reconocer una vulnerabilidad y otra casarse con ella. Quien se cataloga así raras veces actúa de manera distinta porque es coherente el papel que se ha auto impuesto: una víctima fácil.
La segunda viene con lo que llamamos el Síndrome de Rambo y lo padecen aquellas personas obsesionadas en temas combativos.
Encuentran en sus habilidades y armas el “amuleto” para lidiar con algo que desde su óptica es imprevisible. Obviamente, si no se puede prevenir, lo que queda es prepararse como se pueda.
Indudablemente el entrenamiento combativo es imprescindible, más en una región donde el 33% de las víctimas son agredidas a pesar de no resistirse. “Tenga un plan B por si las cosas no salen como lo espera”, decimos en las charlas. Pero de allí a pensar que la única opción en seguridad es defenderse, hay un trecho muy largo.
Quien confía exclusivamente en su arma y no cree en prevención se expone permanentemente a situaciones de riesgo. En el texto “Hábitos del Polígono que lo pueden
Matar en la Calle” adelantamos una hipótesis de cómo será este enfrentamiento:
“El día que acumule la mayoría de las desventajas tácticas, pueda ser tomado por sorpresa y su capacidad de frustrar la acción sea limitada, probablemente lo ataquen si no hay una víctima más vulnerable que usted frente al delincuente”.
En pocas palabras, en la mayoría de las situaciones violentas en entornos urbanos, la víctima lleva las de perder de entrada.
Romper con el paranoico que llevamos dentro
Desgraciadamente no existe terapia ni medicamentos que lo inmunicen contra el delincuente, pero si hay varias cosas que puede hacer para romper con el esquema del paranoico que lo expone a él.
Admitir que existen riesgos: si vive en una ciudad peligrosa negarlo es bastante aabsurdo. Reconocer los riesgos es el primer paso (si ha leído hasta aquí probablemente
ya lo hizo).
Entender cuáles son SUS riesgos: Puede preocuparle mucho el secuestro en manos de grupos subversivos, pero si no es secuestrable quizás no merezca angustiarse con ellos. Identificar su perfil de riesgos pasa por meterle la lupa a su día cotidiano y responder a algunas preguntas ¿Por qué sitios transito? ¿A qué horas? ¿Qué me puede pasar en esos sitios? ¿Qué tan atractivo soy como víctima para esos riesgos que pronostico? ¿Qué capacidad tengo para evitarlo? Por ejemplo, si la mayor parte del día permanece en su carro metido en tráfico, su probabilidad aumenta frente a atracos a pie y en moto. Ese ya es un punto de partida.
Aprender a evitar el problema: Si tiene claro sus riesgos y exactamente qué lo expone, ya tiene el 50% de la solución. Minimice las vulnerabilidades que presenta, haga un plan preventivo.
Aprender a detectar el problema a tiempo: muchos riesgos y vulnerabilidades no se
pueden evitar. Si tiene que pasar por zonas peligrosas para llegar al trabajo ¡no va
renunciar a su empleo porque es absurdo! Dado que igual se tiene que mover en la
calle en sitios y momentos riesgosos, necesita aprender a detectar peligros. Hay un
texto en esta sección que se llama “Caminando por las nubes” que da pistas acerca de
la capacidad de detectar peligros.
Aprender a manejarse en situaciones de alto riesgo: No hay fórmulas mágicas ni planes preventivos infalibles. Todo plan de seguridad debe contemplar la probabilidad de caer en situaciones peligrosas, lo que nosotros llamamos Manejar el Conflicto Tácticamente. Esta es la parte más difícil porque requiere mayor entrenamiento. Tres cosas son necesarias en este aspecto: manejar procedimientos, aprender a dominar las emociones (miedo/rabia) manteniendo foco en la solución y aprender qué observar y cómo evaluar la interacción con el delincuente a fin de llegar al último paso.
Aprender a tomar decisiones y a ejecutarlas efectivamente: Básicamente tiene tres caminos posibles frente a una situación violenta: huye (a pie o en vehículo según el caso), concilia (habla) o se defiende (manos, armas blancas o de fuego). Las tres son habilidades especializadas y dependen de su interés y disposición a profundizar en ellas.
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